Por: Beatriz Navarro*
El movimiento corporal es el primer sistema de
comunicación en el ser humano, se ha demostrado que el feto dentro del útero es
receptivo, constantemente está estimulado por el líquido amniótico y la
creciente presión de su propio cuerpo contra las paredes del útero. A través
del sistema vestibular, el feto comienza a traducir su entorno, recibe y da
respuesta a los estímulos, por lo tanto, el movimiento es nuestra primera
conexión con el mundo, también es la herramienta primigenia para la
sobrevivencia.
El ser humano es cuerpo y movimiento, incluso antes de
cualquier acepción de sí que alguien pueda elaborar conscientemente. A través
del movimiento nos afirmamos en esta realidad, a través de éste nuestras
personalidades se construyen.
Siendo la comunicación corporal el sistema primigenio
para la comunicación humana, ¿qué importancia puede tener para la educación
infantil?, semejante pregunta tiene respuestas innumerables; sin embargo, me
gustaría señalar algunas que me parecen importantes:
En estos tiempos que la idea de inteligencia ha
comenzado a revaluarse y el aprendizaje significativo se vuelca constantemente
sobre las instituciones educativas, redimensionar la esfera corporal resulta
indispensable; ¿dónde si no?, en el cuerpo es donde se depositan las
experiencias que se traducen en conocimiento, es en el cuerpo donde todas
nuestras relaciones ocurren --sean materiales o intelectuales-- es el cuerpo
el depositario de todo pensamiento y acción.
Acceder a la vida corporal significa que somos capaces
de manifestar nuestro ser a través del movimiento, saber quién soy y cómo me
siento respecto a otros en un mismo espacio, me otorga la capacidad de
reaccionar de manera inteligente, que las acciones que elabora un ser humano,
en respuesta a los estímulos proporcionados por el entorno, nazcan de una
necesidad interna, del estar y ser cuerpo en este momento.
La vida corporal permite que un niño aprenda con mayor
facilidad, que enfoque la mente y el cuerpo en la actividad que se está
llevando a cabo. Es casi seguro que un niño responda con entusiasmo a la
invitación de moverse, de expresarse con el cuerpo, de hecho los niños son
expertos en la integración mente-cuerpo, ellos utilizan esta integración para
aprender permanentemente del mundo que les rodea, ellos sienten antes que
pensar.
Desafortunadamente, muchas veces el adulto devalúa
esta herramienta de expresión --un adulto que ha aprendido a inhibir su vida
corporal, educado para no recurrir a la experiencia propia, sino a las
conceptualizaciones realizadas por otros--. Es necesario que los educadores se
vinculen con la experiencia corporal, que aprecien el valor de este
conocimiento para que puedan aplicarlo de manera creativa en la formación de
los seres que están aprendiendo de ellos. Nadie puede enseñar lo que no ha
aprendido. Como guías del proceso de enseñanza-aprendizaje, habrá que reeducarnos
corporalmente.
La educación corporal está relacionada con la
ex-presión, es decir exprimir hacía fuera lo que las personas llevan dentro; a
diferencia de la educación física tradicional, la educación corporal no
persigue modelos corporales específicos, no hay secuencias de movimiento que
memorizar; sin embargo, hay estímulos a los cuales responder, el estímulo puede
ser una música, una frase, un cuento o un sueño. El objetivo de esta educación
es la relación, en primera instancia, de la acción-sentimiento-pensamiento
hacia dentro del individuo y después hacia los otros: la relación es una
condición indispensable para el aprendizaje significativo.
La habilidad de relacionarse está implícita en la
educación corporal, de hecho no hay relación sin movimiento, los seres humanos
“tenemos una idea”, “rechazamos un sentimiento”, “nos abalanzamos hacia una
persona”; todas estas frases tienen una connotación corporal, porque es en el
cuerpo donde toman su significado.
Aprender a relacionarse de manera participativa en un
entorno específico significa la sobrevivencia para cualquier ser vivo,
intercambiar experiencias es indispensable para sobrevivir mental, emocional y
físicamente. Sobrevivir mentalmente implica que las ideas personales son
valoradas, que como individuo se me permite pensar y expresarlo; la
sobrevivencia emocional significa que estoy incluido(a) en la comunidad con mis
sentimientos, que es posible relacionarme a través de ellos, y la sobrevivencia
física no es sólo que yo pueda permanecer en el entorno, sino que estoy y soy
un miembro activo(a) en la comunidad. Todas estas acciones de pensamiento y
sentimiento ocurren en un cuerpo.
Sabemos que las escuelas son espacios que permiten
potenciar o no, a los seres humanos, pueden ser una verdadera jungla donde el
más fuerte sobrevive y el más débil muere, si no en el sentido físico, sí en el
sentido emocional o mental. Esta es una condición que nos ha llevado como
sociedad a replantearnos, ¿cómo es que somos educados? y lo más interesante;
¿cómo podríamos ser educados?, ¿que tipo de seres humanos queremos ser?,
cualquier descubrimiento empieza con una pregunta, es tiempo de descubrir
alternativas para que la escuela sea un espacio donde los individuos, maestros
y alumnos, crezcan y se construyan a sí mismos.
Para ello necesitamos tiempo, tiempo para la
exploración de nuevas alternativas, para replantearnos viejas preguntas y
atrevernos a dar nuevas respuestas, tiempo para el yo, para investigar en un
proceso personal, para compartir los descubrimientos. Tiempo y voluntad para
aprender y enseñar del ser al hacer.
Somos seres espaciales, construimos el espacio y el
tiempo en nuestros cuerpos, nos movemos, alcanzamos y rechazamos en el espacio
la confianza que desarrollamos para movernos en él: es la confianza que tenemos
con la vida, de poder incluirnos en su flujo, de pensar y actuar en
consecuencia de esta afluencia, de sentir que la vida nos lleva con ella, que
estamos a salvo, que podemos confiar en que hay un lugar y un espacio para
nosotros en este mundo, que podemos habitar un espacio físico, que tenemos
derecho a ello, que somos un cuerpo, que aprendemos y expresamos nuestra
humanidad en él.